Muchas veces nos han preguntado si nos aburrimos después de pasar demasiado tiempo viajando, pero la respuesta a esta ocasión siempre sale de nuestra boca de manera tan directa y clara: “nunca”.
La ruta nos reserva cada día nuevas experiencias para enfrentar y nuevos amigos que recordar, cuando se viaja constantemente no hay día igual al anterior. Pero aún así puede aparecer una rutina que temer. Y no importa que todos los días tengamos que solucionar situaciones como encontrar dónde pasar la noche, decidir en quién confiar, cómo superar una tormenta en las montañas, encontrar refugio antes de que se ponga el sol y la temperatura baje peligrosamente o resolver un problema en la moto en el medio de la nada. Eso es lo que hemos estado haciendo cada día durante los últimos años y las experiencias nos hacen ahora más fácil manejar todo ese tipo de situaciones en el camino. Pero incluso esa rutina puede amenazarnos con aburrirnos durante el viaje… en ese caso también tenemos la solución.
Es entonces cuando buscamos un desafío que superar, uno difícil aun cuando a veces nos nos parezca casi imposible o doloroso, porque sólo estos desafíos cortan de forma radical la rutina y llenan de color nuestro recorrido, renovándonos las ganas de seguir.
Cruzábamos la costa oeste de EE. UU. para llegar a Canadá uno de los momentos en que sentimos esa rutina, hermosa ruta pero nos faltaba algo, todo iba demasiado bien y parecía muy fácil. Así que cuando llegamos a conocer sobre una estadística que decía que solo el 2% de los viajeros que se dirigen a Alaska se atreven a visitar Deadhorse, el punto más septentrional de América al que se puede llegar por tierra. Alcanzar esa solitaria base petrolera a la orilla del Mar Ártico pasó a ser nuestro próximo desafío, casi telepáticamente pensamos al mismo tiempo que ser parte de ese 2% sería un buen regalo para terminar este continente y comenzar a pensar en el próximo. Era finales de Abril y el clima dentro del Círculo Polar Ártico sigue siendo muy inestable, quizás eso nos atrajo aún más hasta este destino extremo.
El desafío era un viaje que comenzaba en Fairbanks (Alaska) y que nos llevara hasta Deadhorse en Prudhoe Bay. Básicamente, la parte interesante fue cruzar los 666 km de la carretera de Dalton, donde solo 260 están asfaltados. El resto sería un resbaloso barro que amenazaba con tirarnos o dejar nuestra moto atascada en uno de los lugares más fríos, remotos y solitarios del planeta, y en una época donde los hambrientos osos Grizzly se despertaban de su hibernación.
Estuvimos esperando en Fairbanks durante una semana hasta que la predicción meteorológica nos mostró un descanso en el que las temperaturas permanecerían sobre los 0°C y las nubes se alejarían lo suficiente permitiendo una pausa de tormentas de nieve en nuestro camino. Teníamos 2 días para ir y 2 para regresar a la Alaska más profunda, el punto más al Norte al que podíamos llegar por carretera y que después de visitar Ushuaia cerraría una parte importante de nuestro proyecto porque conectaríamos con nuestra moto los dos extremos de este gran continente.
Día 1. La idea es cubrir la distancia que nos separa entre Fairbanks y Coldfoot (430 km). Cuando llegamos a la entrada de la carretera de Dalton, que es considerada por muchas clasificaciones como una de las rutas más peligrosas del mundo, comienza el barro que nos hará frenar durante los próximos días. Estamos entrando en la tierra de los esquimales y junto a esta famosa ruta no hay más población que 3 pequeños campamentos muy separados entre sí de trabajadores para las plataformas de petróleo. Sin señal telefónica ni asistencia médica posible, el éxito de esta misión está casi en nuestras manos. El primer día aprendemos rápidamente que aquí el clima puede cambiar de forma tan rápida y radical que no puede predecirse fácilmente.
Temperaturas bajo cero con algunas pequeñas tormentas de nieve nos dan una sensación en la moto de -10 ° C. Nuestros dedos están tan congelados que ni siquiera tienen la fuerza que necesitamos para activar el spray pimienta en caso de que un oso se cruce con nosotros, la única manera de calentar un poco es parar y poner las manos y los guantes frente al tubo de escape de la moto, al menos hasta llegar a algunos de los campamentos, el primero en las orillas del gran río Yukón. Café caliente, gasolina para llenar el tanque de la moto y seguimos porque aquí el tiempo es oro.
La siguiente parada serían después de 100 largos kilómetros, esta vez no habrá ni gasolina ni una taza de café caliente bajo techo, pero estar junto al letrero que nos dice que a partir de ahora estamos dentro del círculo polar ártico nos emociona tanto que tiene el mismo efecto para olvidar el frío que sentimos. Coldfoot Camp es nuestro último destino para hoy. Después de un día de viaje tan doloroso que nos dejó claro que las previsiones meteorológicas no son tan precisas por esta zona hoy nos fuimos a dormir preguntándonos si realmente vale la pena establecer objetivos como este en nuestro viaje.
Día 2. Llenamos el tanque de combustible esperando que sea suficiente para poder cubrir los 430 km hasta Deadhorse. Hoy comenzamos con peor humor por la resaca física que nos dejó la intensidad de la etapa de ayer y porque además sabemos que tenemos que empezar cruzando la gran barrera que nos separa de la plana tundra, el paso de montaña Atigun que con sus 1400 metros puede no parecer alto o temeroso en otras partes del planeta, pero en esta época del año y en estas latitudes puede ser letal. Sin embargo, hoy el clima finalmente nos regala unas temperaturas mucho más aceptables, hoy la nieve de ayer se convirtió en el maquillaje perfecto para el increíble paisaje que tenemos por delante hasta las orillas del Mar Ártico.
Por el camino nos acompañan hoy osos, caribús e incluso bueyes almizcleros. Para ver algunos de estos animales no solo tenemos que venir al Ártico, la gente en Alaska nos dice que además tienes que ser afortunado… así que verlos lo recibimos como una buena señal. Son estos momentos los que nos recuerdan porque la soledad nos enamora y porque elegimos evitar las temporadas altas llenas de visitantes incluso cuando las temporadas bajas pueden ser más dolorosas.
El día termina siguiendo al río Sag que aún no está completamente descongelado que nos lleva hasta un pequeño letrero que nos dice que estamos en Deadhorse. El sentimiento es tan personal y extraño que solo aquellos que se atreven a hacer el esfuerzo de llegar a hasta allí lo experimentarán, es inexplicable. Solo queremos estar allí unos minutos agradeciéndole a la ruta por ser tan amables con nosotros y permitirnos alcanzar un objetivo sin percances… entonces la ruta nos responde con un guiño más, porque sin planificarlo el día que llegamos a Deadhorse es el primer día de este año cuando el sol no se pone, solo baja para besar el horizonte y se eleva de nuevo continuando su viaje a través del cielo hasta el invierno.
Llegar al Ártico y ver por primera vez en tu vida un día de 24 horas llega a ser una especie de regalo increíble.
Pero no hay tiempo que perder, hay que continuar buscando nuevas metas, y evitar un cambio repentino del clima que nos deje aquí atrapados, así que 10 minutos después volvemos a sentarnos en nuestra moto y comenzamos el camino de vuelta, ya tenemos el momento que venimos a buscar… hay que seguir viajando pero ahora con África en nuestra mente.
Con el paso del tiempo además fuimos viendo que superar estos retos no sólo nos motivaba a nosotros a seguir adelante, sino que había cada vez más gente que nos seguía y se motivaba con nuestras historias, así seguir creciendo y superando nuevos obstáculos pasó a ser también una responsabilidad, especialmente si eres mujer, pero eso te lo contaremos en nuestro siguiente post.
Deja un comentario