Personalmente siempre hemos defendido reducir al máximo la planificación en nuestros proyectos de viajes, tanto que cuando decidimos dar la vuelta al mundo en moto lo único que hicimos fue poner un mapa frente a nosotros y elegir tres puntos, Uluru, Ushuaia y Deadhorse.
El plan era tan sencillo como alcanzar esos tres lugares con nuestra moto y todo lo demás, rutas, visas, riesgos, repuestos, conocimientos de mecánica, financiación y muchos otros aspectos, quedo al margen, libre de planes y de expectativas.
Una filosofía y estrategia de viaje que nos dio muchas sorpresas, algunas bastante incómodas y dolorosas, pero que resultó más que eficiente. 4 años y medio después dejándonos llevar y siguiendo las señales que el destino nos iba poniendo en nuestro camino alcanzamos el objetivo.
Quizás cuando terminamos ese viaje en moto pecamos al traicionar nuestros propios principios planificando detalladamente nuestro próxima nueva aventura, seguir recorriendo el planeta en una clásica campervan 4×4.
Planificamos todo lo que pudimos, buscamos patrocinadores y decidimos como sería la fórmula para generar ingresos, organizamos la ruta para saber por donde empezaríamos y por donde queríamos acabar el viaje.
También quisimos preparar la furgoneta lo mejor posible y dedicamos más de 3 meses para su camperización y en buscar todos los accesorios que podíamos imaginar necesitaríamos en algún momento, hasta nos empezamos a estudiar el manual de la furgoneta para prever las posibles averías y saber como podríamos solucionarlas.
Apenas dejamos nada para la improvisación y las sorpresas, y entonces paso lo que tenía que pasar. Justo una semana antes de meter la furgoneta en un container para llevarla a América y empezar nuestro nuevo viaje llego el resultado de unas pruebas que confirmaban el diagnostico de un cancer de vejiga a Manu.
Los planes se cayeron y la furgoneta se aparco durante meses en un solitario aparcamiento. Las puestas de sol en los desiertos y las emocionantes subidas a la cima de algunas de las montañas más altas de nuestro planeta tendría que esperar.
Quizás toda esa planificación no hubiera tenido nada que ver y esas células cancerígenas se hubieran reproducido igualmente aunque estuviéramos viajando, peor quizás el estrés y la contaminación de las ciudades donde pasamos todos esos meses trabajando para preparar el nuevo proyecto hubiese sido la gota que colmo el vaso, o quizás simplemente el universo quisiera impedirnos empezar un viaje que se alejaba de nuestra forma de ser. Cuando llevas una vida de muchos años en la ruta terminas reflexionando sobre un tipo de explicaciones diferentes.
Pero ese pequeño obstáculo del cancer no mato nuestro sueño, la motivación fue recuperarnos lo antes posible para retomar el viaje. Después de la operación y el tratamiento hicimos todo lo posible para evitar una recaída. Vida sana, deporte a diario y nuevos hábitos de alimentación en los que no habría más carne, alcohol ni productos procesados.
El objetivo era pasar los primeros dos años hasta que las revisiones pasaran a ser cada 6 meses, entonces volveríamos a la ruta. Ese momento llego en Febrero de 2020 y cuando ya estábamos preparando la furgoneta para irnos de viaje llego la pandemia.
Por supuesto esta vez teníamos claro que el Covid-19 no solo llegó para destrozar nuestros planes personales, tampoco somos tan egocéntricos, pero la cuestión es que cuando nos preparábamos por segunda vez para empezar un viaje que ya llevaba 2 años de retraso tuvimos que volver vaciar la furgoneta y aparcarla de nuevo junto con nuestros planes.
A la tercera será la definitiva, no podíamos pensar de otra manera. Con el fin del confinamiento y la reapertura de las fronteras parecía que finalmente podríamos marcharnos. Donde nos encontramos, Sevilla (España), ese día llegaba el lunes 15 de Junio, pero justo el día anterior mientras preparábamos las maletas para llevarlas a la furgoneta llego un email. Un chico holandés nos hacía una muy buena oferta por comprar la furgoneta.
Nos miramos el uno al otro y vimos claramente que no era nuestro momento para viajar en furgoneta. Era nuestro tercer intento y la tercera vez que algo pasaba en el último momento para impedir ese viaje, aunque esta tercera vez no estábamos obligados y teníamos que decidir, estaba en nuestras manos, pero la señal parecía clara.
Era obvio que después de dos años con muy pocos ingresos y proyectos aparcados el dinero de la venta nos vendría bien, pero también teníamos muchas artesanías que habíamos producido durante el confinamiento y que durante el viaje en furgoneta podríamos ir vendiéndolas en las plazas de los pueblos para así ir financiando los gastos de la ruta. El tema económico no fue determinante, pero el hecho de querer volver a leer las señales si.
Quisimos volver a ser lo que éramos y creemos que ya llegará otro momento en nuestras vidas donde retomaremos ese viaje en campervan.
Es hora de volver a dejarse llevar, es lo que hemos hecho y en solo 6 días pasamos de preparar la furgoneta para viajar en ella a venderla a un comprador misterioso que nunca vimos en persona y comprar una moto para Ivana. Un nuevo proyecto surgido de la nada que hizo resucitar nuestras ilusiones con una fuerza que hacía tiempo no recordábamos.
Ya estamos listos con nuestras motos para seguir explorando el mundo, esta vez nada puede salir mal, no tenemos nada planificado.
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